¿Sufres picores, dermatitis o dolores de cabeza en demasiadas ocasiones? Si ya has acudido al médico pero tu malestar persiste, es posible que el problema no esté en ti, sino en el sitio en el que vives. Se llama «síndrome del edificio enfermo» y viene a significar que el lugar en el que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo nos genera malestar.

Probablemente este concepto de edificio enfermo haga que lo primero que te venga a la mente sean edificaciones antiguas y mal construidas. No tiene por qué ser así. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aclara que aquellas viviendas de reciente construcción o remodelación pueden ser perfectamente clasificadas dentro de este tipo de espacios «poco saludables».

Presta atención a estas características, porque si tu edificio las cumple, es probable que ya hayas encontrado el por qué de tu continuo malestar:

— Sistemas de ventilación forzada (edificios en los que la ventilación se produce únicamente gracias a aparatos de aire acondicionado)

— Edificios de construcción poco costosa

— Edificios cuyas superficies están recubiertas de algún material textil: suelos con moquetas o amplias alfombras que atraen el polvo y las bacterias.

— Edificios que practican el ahorro energético y se mantienen relativamente calientes con un ambiente térmico homogéneo.

— Edificios herméticos en los que las ventanas no pueden abrirse.

El cóctel, señala también la OMS, puede ser francamente dañino si a las características de estos ambientes se suman aquellas sustancias nocivas que nos rodean en nuestro día a día y a las que estamos permanentemente expuestos: materiales de construcción, vapores poco saludables, productos químicos, gases…

Cómo saber si tu casa está «enferma»

Según Mapfre, para que un edificio adquiera la categoría de «enfermo» «al menos deben estar afectados un 20% de los ocupantes, que deberán tener síntomas tales como resfriados, congestión nasal y de los senos frontales, afonía, alteraciones del gusto y el olfato, sequedad e irritación de las vías respiratorias (nariz, garganta), de la piel, de los ojos, cefalea, dificultades en la concentración, fatiga, alergias o hipersensibilidades de origen poco conocido, y que se presenten con carácter persistente».

No obstante, la compañía aseguradora advierte en su página web de que estos síntomas «suelen desaparecer al abandonar el edificio, ya sea de modo inmediato o al cabo de unos días».

Cómo solucionarlo

Los expertos proporcionan una recomendación básica: ventilar la vivienda, retirar los acumuladores de polvo (moquetas, alfombras…) y fomentar la iluminación natural. A todo ello, cómo no, se suma la necesidad de una continua y adecuada limpieza de los conductos de aire acondicionado que, bien en nuestro lugar de trabajo o de residencia, pueden convertirse en una fuente de hongos dañina para nuestra salud.

En 2013, los expertos advirtieron de que las consecuencias de vivir en este tipo de edificios podían ir más allá de molestias y picores. La lipoatrofia, un trastorno que nos hace perder grasa acumulada bajo la piel, puede ser también provocada por estos entornos nocivos. En este caso, sin embargo, son los edificios nuevos y arquitectónicamente más modernos los que tienen más papeletas de ser los culpables, pues utilizan materiales metálicos que, en su mayoría, generan una sobrecarga eléctrica fatal para nuestra salud. La única solución, en caso de que las condiciones del espacio no se modifiquen, será abandonar el edificio para que el problema desaparezca.

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